Texto por: Iliana Govea
Si para algo soy buena es para quejarme. Lo hago fuerte, claro y más frecuentemente de lo que debería, creo.
Hoy me voy a quejar de lo fácil que es decir y lo difícil que es hacer. Es muy sencillo (y ahora hasta cool) ir predicando por el mundo el #girlpower, es facilísimo postear frases de empoderamiento pero las cosas se complican cuando pasamos a la práctica, a la ejecución de nuestras palabras.
Sororidad es un término muy usado en el discurso feminista, ¿a qué suena? A unión, alianza y obvio: a hermandad.
No falta la amiga/prima/conocida/etc. que se asume feminista pero pareciera estar siempre compitiendo con otras mujeres. En cualquier cuestión, la que se te ocurra.
Y qué complicado se hace todo cuando parece que estás jugando a las carreritas con tus «amigas». Porque se supone que están ahí para apoyarte, ¿cierto? El problema es que nos han educado para asumir que otras mujeres son competencia.
En general, nacer mujer en nuestra sociedad resulta una complicación. Intentar crecer en un ambiente así, es rudo. No en vano la frase de Charlotte Whitton:» Lo que sea que las mujeres hagan, tienen que hacerlo el doble de bien que los hombres para ser consideradas la mitad de buenas. Afortunadamente, esto no es difícil.» (1)
Por eso comprendo el miedo que llevamos dentro. Las mujeres en colectivo hemos recorrido bastante para ocupar nuestro lugar. Un lugar que conseguimos hasta hace poco después de luchar un montón. Un lugar que cualquier hombre puede llegar y tomar sólo porque sí, porque nació vato.
Llámale a este lugar como quieras, a mí a veces me gusta decirle credibilidad pero creo que voz es otra palabra que funciona.
Seguro tienes una historia (y quiero conocerla) de alguien que no escuchó tu opinión hasta que un hombre la repitió más fuerte, o de la vez que intentaste dar solución a un problema y no fue hasta que un compañero la propuso cuando vieron que funcionaba.
Es muy duro, y puede doler bastante, darse cuenta de que ese “alguien” la mayoría del tiempo es otra mujer. Entre nosotras podemos ser muy injustas sin darnos cuenta.
Pero creo que la clave para cambiar los patrones que traemos tan adentro está en hacer conciencia del momento en que estas reacciones casi automáticas ocurren. Si ponemos más atención veremos que muchas actitudes nacen de la angustia en la que hemos sido socializadas.
Una angustia tan fuerte que nos hace renegar de nosotras mismas, de nuestros cuerpos y nuestra naturaleza, de nuestras hermanas. Angustia que hace que las mujeres juren que no tienen amigas niñas y que pidan ser tratadas como hombres para tener un poquito de voz (y esta es otra queja de la que platicaremos después con más calma).
El punto es que esta angustia se va construyendo de a poco con ladrillitos hechos de crítica, resentimiento y miedo. Está hecha de todas las veces que nos tiramos basura entre nosotras, de las veces que no reconocemos los logros de nuestras hermanas y demás…
Y no, no se trata de aplaudir todo. Es cuestión de ser coherentes y demostrar que realmente valoramos las batallas que cada una libra desde su trinchera, sin adular de más pero tampoco pasarnos con las críticas o invisibilizar a nuestras compañeras.
Esto es importante porque si dejamos de hacerlo parece que se nos olvida uno de los problemas que hace necesaria la existencia del feminismo: el hecho de que nosotras mismas continuamos legitimando la misoginia.
(1) https://www.goodreads.com/quotes/434779-whatever-women-do-they-must-do-twice-as-well-as
Si saben de quién es la ilustración, nos dicen ❤